¿El Nazareno de los marinillos o los marinillos del Nazareno?

Por Mariana con letras

Si venía para el pueblo o no, no lo sabemos… ¡pero se ha convertido en la figura que más amamos!

La Capilla de Jesús Nazareno, ubicada en la Plazoleta de los Mártires, a un par de cuadras del parque principal de Marinilla, fue construida en el siglo XVIII, según cuentan los historiadores de esta tierra. Tiene una belleza particular. No sé si es por lo pequeña y acogedora, por sus vigas de madera rústica, por sus muros de tapia o por el retablo de estilo barroco y todo el arte que alberga y custodia. De lo que sí estoy segura es que el patrono de este pequeño templo es un símbolo de fe, amor y cultura para los marinillos.

El Nazareno fue traído de Barcelona, y hay muchos mitos alrededor de su llegada a nuestra tierra. Algunos dicen que venía directamente para acá; otros, que no, que Marinilla era solo un lugar de paso y que, en el trayecto, la imagen “se puso muy pesada”. Como estas, he escuchado varias historias que no coinciden entre sí. No sé cuál sea la verdad y dudo que alguien llegue a saberla, pues el suceso de su arribo data de hace más de tres siglos. Lo cierto es que esta imagen de belleza singular reposa en el centro del retablo del altar de la capilla que lleva su nombre.

A propósito de la Semana Santa que acabamos de vivir —y teniendo en cuenta que en ella Marinilla no solo vive la fe, sino que respira arte y cultura—, quisiera hacer una reflexión alrededor del Nazareno: él es el ícono de la Semana Mayor en nuestro pueblo.

Su postura inclinada denota fragilidad: parece estar a punto de caer. Su rostro ensangrentado y su mirada sufriente dejan ver el peso de cargar su cruz y su pasión. Su corona de espinas y la posición de sus manos demuestran que es el varón de dolores.

No soy experta en arte, pero cualquiera que lo contemple sabrá que intento describir una figura que habla por sí sola.

El Nazareno es testigo de los conciertos del Festival de Música Religiosa y sale de la capilla cada Viernes Santo para recorrer las calles de Marinilla en hombros, con la devoción de todo un pueblo. El viacrucis es, para muchos, la procesión más importante del año, y en ese recorrido que puede durar hasta cuatro horas relucen los rostros y las miradas de propios y visitantes, que clavan sus ojos en la imagen de aquel hombre que sufre.

Más allá de la fe, estoy segura de que quienes fijamos nuestra mirada en el Nazareno cargamos con historias que pesan, con memorias que afligen y con marcas que quedan en el alma y el corazón por los sucesos dolorosos de la vida. Y es en él en quien encontramos consuelo e identidad.

Como humanidad buscamos arraigo, pertenencia, hogar… y cuando la vida pesa, nos refugiamos en quien sabemos que ya pasó —y superó— esos momentos de dolor. El Nazareno es marinillo porque desde el siglo XVIII está en este pueblo. Y nosotros somos suyos porque, aunque es una imagen de madera, cuando lo miramos con fe, carga con todo lo que a nosotros nos pesa.

Seamos creyentes o no, el dolor es transversal a la vida del hombre, y nos identificamos con quienes, como nosotros, sufren… ¡como él!

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