Gozar sin agotarse: la revolución del autocuidado

Por: Alejandro García.

Contrario a que disfrutar y celebrar es sinónimo de excederse y superar límites, una nueva tendencia se viene imponiendo a la hora de hacerlo. Ésta tiene como premisa que celebración no necesariamente es sinónimo de excesos, de desbordarse y agotarse hasta no dar más. A la hora de celebrar, no siempre y en todo debería existir solo el ruido; hay quienes, en medio del volumen y las luces, buscan también un rincón para respirar profundo. Hay espacios no solo llenos de ruido y licor, sino también de descanso y momentos de silencio como una decisión consciente. Algo cambia en la manera en la que, como personas, nos replanteamos el disfrute.

Si bien durante mucho tiempo la narrativa ha sido la misma “si hay celebración, hay exceso”, podemos darnos la posibilidad de reescribir una historia donde divertirse no es igual a desbordarse. Dentro de lo que implica que uno vuelva a dignificar sus necesidades, indudablemente nos tocará tomar una pausa en medio del bullicio, escuchar lo que necesita el cuerpo, cuestionarse sobre lo que busca realmente el deseo y cuidarnos en el proceso.

Sin embargo, poco a poco, algo distinto empieza a notarse en algunos espacios, donde decisiones que parecen pequeñas lo cambian todo:  El espacio para tomar agüita en medio del parche, comer correctamente para cuidar la energía, bajarse “de una” cuando se siente que algo no vibra bien, o irse un instante a hablar un rato con alguien mientras se comparte un tinto, en lugar de quedarse donde la comodidad no se experimenta totalmente.

Y es que no se trata de dejar de disfrutar -qué tal-, todo lo contrario: se trata de que el disfrute no duela, y de que el goce no venga siempre con una factura emocional o física negativa al día siguiente. Y es ahí donde entra algo clave: el autocuidado, no como una lista de deberes, sino como una manera mucho más consciente y parchada de vivir lo que realmente se quiere vivir. Con presencia, con consciencia y, principalmente, con la libertad de decir no.

Algunos festivales que antes eran símbolo de puro desenfreno ahora están apuntando a otra cosa; ya todo no gira alrededor del escenario o de cuántas horas se aguanta sin dormir, o de otros excesos. En algunos de estos espacios, lo verdaderamente novedoso no ha sido el artista ni la fiesta, sino el ambiente que se crea fuera del tumulto: zonas pensadas para el bienestar, para el descanso, para quienes quieren salir de allí sintiéndose mejor y no reventados. Porque el nuevo lujo no es el descontrol, sino poder disfrutar sin vaciarse por dentro.

Hay un cambio de enfoque que se nota: el objetivo ya no es sobrevivir al fin de semana, sino recargarse en él. Y aunque esto suene lejano, también es un síntoma de algo que viene creciendo porque el goce no tiene que ser sinónimo de desgaste. Hay una generación que empieza a entender que la verdadera fiesta puede ser también ese espacio donde se cuida el cuerpo, donde se escucha la mente, donde se da permiso al placer sin dejarse a uno mismo por fuera. Y eso no es aburrido, ni es moda, es resistencia desde el cuidado. Es otro tipo de parche que, aunque parezca silencioso, está haciendo ya mucho ruido.

No todo tiene que convertirse en una campaña ni en una regla. A veces basta con dar espacio a lo que el cuerpo viene pidiendo hace rato: más disfrute, pero uno que no pase por encima de nadie, empezando por uno mismo. En medio del ruido, también hay lugar para escucharse. Celebración no necesariamente es sinónimo de excesos, de desbordarse y agotarse hasta no dar más, y eso, en estos tiempos, también es revolución.

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