La lectura: alimento del alma

Es el día internacional del libro y la lectura. No voy a citar el motivo de esta efeméride, pero sí puedo decir, de acuerdo con mis vivencias, por qué celebraría esta fecha con bombos y platillos. ¿Quién, que haya leído unos cuantos libros en su vida, no puede decir que no es el mismo de antes de hacerlo? Un solo libro nos sumerge en mundos, a veces diferentes, otras veces similares a nuestras vidas, porque la vida de un escritor tiene conflictos, alegrías, sabores y sinsabores; lo mismo sus personajes, quienes viven historias no todas esperanzadoras. Algunas, por no decir muchas, son historias teñidas de dolor u otros aspectos inherentes al ser humano.

Y pese a lo similar a nuestras vidas, adentrarse por las páginas de un libro es entrar en laberintos, recovecos y otros ámbitos que desconocemos, no porque estemos al margen de ellos, sino porque no los habíamos descubierto, toda vez que los afanes de la vida nos han impedido penetrarlos. Y es de esos afanes de los que nos libera la lectura, de los que nos sustrae un buen libro.

Así que, para no extenderme mucho, sigo pensando que no hay que celebrar un día del libro, sino todos los días. Pues el día que nos quedemos sin leer es un día de anorexia lectora, es un día vacuo, es un día sin el más grande alimento, no solo del intelecto, sino del cuerpo y del alma.

Los libros son armas contra el insomnio y la soledad, y nos llenan el espacio o nos dan ánimos en un día excesivamente largo o tedioso. Nos acompañan en las noches de soledad y tristeza. Ray Bradbury dice: “No hay mayor tragedia que una sociedad que ha dejado de leer, ha dejado de pensar”. Entonces, acojamos los libros como la mejor compañía, la que no nos defrauda. Siempre quedará algo impregnado en nuestro ser, emanado de un libro. Que se convierta en la mejor droga, así haya sobredosis.

Y para terminar, me apropio de las palabras de Mario Vargas Llosa: “Mi salvación fue leer, leer los buenos libros, refugiarme en esos mundos donde vivir era exultante, intenso, una aventura tras otra, donde podía sentirme libre y volver a ser feliz.”

Martha Quintero – Docente.

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