«Algo, que ciertamente no se nombra con la palabra azar, rige estas cosas…».
Poema de los dones, Jorge Luis Borges
Occidente, como quizá lo sugiriera Marguerite Yourcenar en uno de los artículos de su texto Peregrina y extranjera, bajo la figura y caída de Troya, es un incendio que dura hace al menos treinta siglos. Y es que algunos episodios del momento presente, hacen presagiar que esta puede no ser del todo la mejor de las épocas.
En octubre de 2018, el periodista saudí Jamal Khashoggi, residenciado en Estados Unidos, fue secuestrado, torturado, descuartizado y su cuerpo desaparecido, en una sede diplomática en Estambul, Turquía. Sobre esto, CNN informó que «El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, prometió que su país llegaría hasta el fondo de lo que sucedió al periodista saudí desaparecido y que habría un “severo castigo” si se descubre que fue asesinado». Días después, la Casa Real saudí reconoció la muerte violenta de Khashoggi en su consulado, agregando que había 18 detenidos por el hecho.
El día 12 de febrero de 2022, la BBC de Londres, citando como fuente al gobierno estadounidense, anunciaba en su página virtual que una invasión rusa a Ucrania podía comenzar «en cualquier momento». En la misma nota, se leía que «Moscú ha negado repetidamente cualquier plan para invadir Ucrania, a pesar de haber concentrado más de 100.000 soldados cerca de la frontera». El siguiente 24 de febrero comenzó esa guerra, que aún no termina.
El día 7 de octubre de 2023, según cifras israelíes, un feroz ataque contra Israel de la organización política palestina Hamás dejó un saldo de 1.200 personas muertas, la mayoría de ellas civiles, y algo más de 250 secuestradas. A la fecha, en esta guerra, la retaliación de Israel deja más de 60.000 personas palestinas muertas, el 70% de las mismas, mujeres y niños (111 personas muertas por día, al 31 de marzo de 2025).
En enero de 2025, el presidente Donald Trump, de vuelta al cargo, indulta a casi 1.600 personas condenadas por hechos relacionados con el asalto al Capitolio estadounidense, ocurrido en 2021. En los días posteriores, de manera tangencial, anuncia cierto interés de su gobierno en volver a controlar el Canal de Panamá, en hacerse con el control de Groenlandia –más de 2 millones de kilómetros cuadrados de territorio hoy danés–, en hacer de Canadá el Estado 51, y hasta propone una suerte de complejo turístico en Gaza, como lo informó la BBC: «Trump dijo que quiere que Estados Unidos asuma la “propiedad” de Gaza para levantar allí la “Riviera de Oriente Medio”».
Aunque muchos otros hechos pueden citarse, con los anteriores basta para proponer una reflexión en este sentido: ¿cuál puede ser el estado de un mundo en el que sucede lo anterior? ¿Puede ser el mundo un lugar agradable en medio de estas condiciones? Y aunque un asomo de respuesta en quien esto lee es lo que buscan estas líneas, las mismas, como respuesta propia, se limitan a advertir hoy, en el mundo, un cruel y mal organizado vodevil, donde nada parece augurar un lugar a la cordura de cara a los años por venir. La diplomacia es más falsa e inútil que nunca y no tiene ningún fin en particular, salvo el de enturbiarlo todo. Hoy, el planeta entero es un río repleto de pseudo-pescadores en agua revuelta.
Ahora y tras lo anterior, resultaría obvio que si mañana la República Popular China recupera definitivamente a Taiwán o a Hong Kong, nada pasaría excepto eso, que China se habría anexado de forma definitiva esos territorios; imposible no es que se asista, de nuevo, a la formidable ola nacionalsocialista que nos regrese incluso al tiempo ingrato de la mismísima Inquisición; y, en este des-orden cronológico de ideas, podría estar también a la vuelta de la esquina el perder lo que acaso ha significado, como humanidad, el mayor adelanto cultural: ese bien invisible llamado civilización, con lo cual resultaríamos otra vez instalados en la barbarie.
Pero no se crea ni se lea en lo anterior el fatal destino que nos espera. Lo dicho antes, es sólo lo que anuncia nuestro título, un mal cuarto de hora; muy al contrario, a la hora le queda mucho más espacio, y espacio al que, de tanto en tanto, llega una que otra mente limpia y pura, uno que otro discurso cuerdo y serio, uno que otro liderazgo decente y genuino que, a fin de cuentas, configuran la razón por la cual este mundo no se desbarranca de una vez por todas. Con irregulares intervalos, con intermitente lucidez, el mundo asiste a la formulación de mensajes y ejemplos de conducta dignos de permanecer. Y tan importante como lo anterior, hay otra razón para el optimismo en medio de la actual debacle: los cientos de miles y miles de personas que, todos los días y de modo anónimo, hacen lo que es debido, lo que de ellas se espera en su trabajo, en su familia, en su vereda o en su ciudad. Y es que, al decir de Borges, «esas personas, que se ignoran, están salvando el mundo».
Coda. La Unión Africana acaba de aprobar una resolución en la que declara simultáneamente la esclavitud y la colonización como crímenes contra la humanidad y genocidio contra los pueblos africanos. Un día, la civilización tendrá que responder por ello.
Por Leonel Betancur
Magister en Ética y Desarrollo Universidad Jesuita Alberto Hurtado de Santiago de Chile